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11 extrañas anécdotas de Salvador Dalí a 31 años de su muerte

 Salvador Dalí, el excéntrico pintor catalán que encarnó el surrealismo en su propia vida. Desde temprano, Dalí se autodefinió como un genio y se autoprogramó para vivir una vida de genio, tanto en el cliché como en la imaginación creativa. Según el escultor Xavier Corbero, gran amigo de Dalí, Gala, su gran cómplice, era la que alimentaba y ordenaba el personaje de Dalí, también un gran éxito comercial. Dalí, quien también se definía como una fiesta permanente, creía en vivir excesivamente y gustaba de cenar champagne y caviar e invitar a decenas de personas --y, de alguna manera, lograr que alguien más pagara (en una ocasión incluso parece haber vendido un pelo de su bigote a Yoko Ono en 10 mil dólares, que en realidad era pasto, ya que Dalí temía la habilidad brujeril de Ono).
Otro de los grandes amigos de Dalí, Antoni Pitxot, ha recopilado una serie de anécdotas sobre el personaje que era Dalí. A continuación 10 de estas extrañas historias y una más, la primera, contada por Corbero. 

1.El eros de un símbolo. Según  Corbero, en su juventud Dalí frecuentó mucho burdeles, habiendo aprendido mucho de su convivencia con prostitutas y matronas, compartiendo jovialmente con ellas. En una ocasión, Dalí tuvo un sueño enigmático de una forma geométrica; en su locuacidad, para poder asir esta figura, la dibujó, pero haciendo una torre humana de prostitutas con las que trazó el enigmático símbolo.

2. Dalí hizo que le dieran la extremaunción a Gala (que era ortodoxa). La noche en la que falleció Gala, en 1982, Dalí, ya en la cama, le preguntó a su amigo Pitxot si creía que Gala moriría aquella noche. Al asentir Pitxot, Dalí puso en marcha todo para que se le diera la extremaunción, ya que ella era creyente aunque no católica (era ortodoxa). Ante la imposibilidad de encontrar un sacerdote ortodoxo, el genio pidió al amigo que trajera a uno católico pero que no fuera de Cadaqués, ya que así no se enteraría su hermana.
3. Fobia a los saltamontes. Era tal el terror que le inspiraban los saltamontes (no era lo único; también tenía fobia, por ejemplo, a las langostas) que de niño le colocaban cajas con estos insectos en el pupitre, para asistir a sus ataques de pánico. En una ocasión, Pitxot hizo un par de pliegues en un folio y Dalí le dijo, sin esconder su temor, que no se le ocurriera hacer una pajarita de papel. La razón: le recordaban a los saltamontes.
4. Dos personas podían ver cómo pintaba. Es un acto de soledad pintar, así que parece raro que alguien pudiera estar presente. Sin embargo, Dalí permitía que estuvieran Gala y Pitxot.
“No sé de nadie más a quien Dalí aguantase”, dice Pitxot en Sobre Dalí, “porque el acto de pintar es muy íntimo. Conmigo tenía una confianza total, confianza absoluta, en todo, en mi discreción, en todas las cosas…”.
5. Caperuzas rojas con velas sobre sus cisnes. La fascinación de Dalí por los cisnes era tal que les ponía a los que tenía en su casa (Portlligat) una caperuza roja con una vela encima durante las noches, hasta que los animales metían la cabeza bajo el agua y la apagaban. “Tenía tal querencia por sus cisnes que los hacía disecar cuando morían”, explica Pitxot.
En su formidable Diario de un Genio, Dalí escribe:   
A pesar de su realismo categórico, mi obra encerrará escenas realmente prodigiosas, y no puedo evitar comunicar de antemano algunas de ellas a mis lectores con el solo objeto de que se haga la boca agua. Contemplarán cómo estallan cinco grandes cisnes uno después del otro en secuencias minuciosamente lentas y en un desarrollo según la más rigurosa euritmia arcangélica. Los cisnes estarán repletos de auténticas granadas previamente rellenas de explosivos para que puedan observarse, con toda la precisión deseable, la explosión de las entrañas de las aves y la proyección en abanico de la metralla
6. Intentos de incapacitación mental. Fueron algunas las ocasiones en las que se intentó incapacitar al hospitalizado Dalí (por quemaduras) y fue el mundo judicial el que paró aquellos intentos, “porque Dalí tenía la cabeza lúcida, la tuvo lúcida hasta el final, lo que le pasaba era que estaba deprimido”, señala Fernando Huici. Tan lúcida como para decir, cuando los médicos le decían que estaba bien: “Me voy a morir totalmente curado”.
7. Ingresado en un hospital de partos. Es difícil saber por qué Dali fue ingresado en un hospital especializado en partos (clínica del Pilar de Zaragoza) cuando se quemó, en 1984, debido a un incendio en su dormitorio. “No sabemos la razón por la que fue a aquel hospital”, indica Huici; “pudo ser algo tan simple como que al ser una situación de urgencia fuera ese el lugar que primero se les ocurrió”.
Lo que tampoco fue una extravagancia, sino la creencia del genio de que sería la última vez que vería la que para él era su gran obra, el Museo Dalí, fue aceptar que lo ingresaran en el hospital sólo si antes lo llevaban a ver su gran instalación. Y así lo hicieron, aunque era de noche y tuvieron que llevarlo en camilla. Cuando salió del hospital se instaló en Torre Galatea, en donde se quedó hasta el final de sus días (23 de enero de 1989).
8. La única visita que no le molestaba: el Rey. Su fascinación por la monarquía era grande y además era correspondida: “El Rey estuvo siempre pendiente de él, y cuando venía era un momento solemne, y Dalí hacía un verdadero esfuerzo para estar de buen tono y darle buenas réplicas”, se cuenta en Sobre Dalí; “Eran las únicas veces en las que no manifestaba disgusto ni malestar por las visitas.
9. Testigo de su deterioro. Famosa es su faceta de voyeur, incluso o sobre todo en el sexo. Lo que acaso sea menos conocido es que llegaba hasta tal punto su obsesión contemplativa que fue capaz de ser su máximo testigo durante su proceso de deterioro.
10. Fisioterapia si recitaban a Rubén Darío. Es esta una de las pruebas de hasta qué punto llegaba la teatralización a su vida íntima: el fisioterapeuta recitaba La marcha triunfal de Rubén Darío mientras lo trataba. Probablemente la única manera de que se dejara manipular los huesos, los músculos, las cervicales… fuera esa.
11. Un creador metódico. Como define Pitxot: “Tenía unas secuencias en el proceso de un cuadro que seguía rigurosamente”. Desde que amanecía estaba en su taller experimentando. “Cuando hizo La Santa Cena se levantaba a las cinco o seis de la mañana y hacía que le instalaran en Portlligat, en el patio, una mesa con un mantel blanco y un vaso de vino. Esperaba pacientemente a que saliera el Sol, y cuando amanecía, se estaba allí el rato que conviniera, haciendo bocetos, pintando, imitando el efecto del Sol que atraviesa el vino y los reflejos que están en el mantel blanco en forma de colores complementarios”.
Pitxot asegura que Dalí era un hombre “perfectamente programado. En los cuadros grandes se pasaba primero seis meses dando vueltas a su concepción”.

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