La lechera (en neerlandés: Het melkmeisje o también De keukenmeid o De melkmeid) es uno de los cuadros más famosos del artista holandés Johannes Vermeer, cuya datación, como casi toda la obra de Vermeer, solo puede ser aproximada. Se trata de un óleo sobre lienzo de reducidas dimensiones, custodiado en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
Descripción del cuadro
En la esquina de una habitación, iluminada por una ventana que se encuentra a la izquierda del cuadro, un poco alta, se presenta la figura de una mujer, probablemente una criada, que está vertiendo leche de una jarra en un recipiente de barro que descansa sobre una mesa. En esa misma mesa, y en un primer plano, hay una cesta de mimbre, varios pedazos de pan y una jarra azulada.
El resto de la habitación es bastante austera. La habitación casi desnuda apenas si alberga más decoración que un sencillo cesto colgado de una de las paredes. Destacan los sencillos dibujos de los azulejos del fondo de la escena.
Análisis
Esta pintura consigue unir de un modo magistral dos conceptos que en principio parecen antagónicos: una sensación de monumentalidad y un gran sosiego. La criada se encuentra en su universo particular, en un interior casi desnudo, con la presencia de unos pocos objetos sencillos. El gesto inmortalizado por Vermeer tiene algo de estatua antigua. Está de pie, bañada en luz. El pintor ha utilizado sus colores: el azul (realizado con un pigmento, el azul de ultramar, derivado del lapislázuli), y el amarillo, en sorprendente armonía.
Los objetos de la mesa constituyen, como tantas veces en Vermeer, una auténtica naturaleza muerta, donde el pintor hace gala de su excelente técnica para la plasmación de lo sencillo, consiguiendo resultados vivos y limpios.
Descripción del cuadro
En la esquina de una habitación, iluminada por una ventana que se encuentra a la izquierda del cuadro, un poco alta, se presenta la figura de una mujer, probablemente una criada, que está vertiendo leche de una jarra en un recipiente de barro que descansa sobre una mesa. En esa misma mesa, y en un primer plano, hay una cesta de mimbre, varios pedazos de pan y una jarra azulada.
El resto de la habitación es bastante austera. La habitación casi desnuda apenas si alberga más decoración que un sencillo cesto colgado de una de las paredes. Destacan los sencillos dibujos de los azulejos del fondo de la escena.
Análisis
Esta pintura consigue unir de un modo magistral dos conceptos que en principio parecen antagónicos: una sensación de monumentalidad y un gran sosiego. La criada se encuentra en su universo particular, en un interior casi desnudo, con la presencia de unos pocos objetos sencillos. El gesto inmortalizado por Vermeer tiene algo de estatua antigua. Está de pie, bañada en luz. El pintor ha utilizado sus colores: el azul (realizado con un pigmento, el azul de ultramar, derivado del lapislázuli), y el amarillo, en sorprendente armonía.
Los objetos de la mesa constituyen, como tantas veces en Vermeer, una auténtica naturaleza muerta, donde el pintor hace gala de su excelente técnica para la plasmación de lo sencillo, consiguiendo resultados vivos y limpios.
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