Retrato de Adele Bloch, de Gustav Klimt, en la Neue Gallery de Manhattan
Como aquellos verdaderamente grandes, verdaderamente exquisitos, verdaderamente innovadores, su obra trascendió a su tiempo. Ahora –justo a un siglo de su muerte, ocurrida el 6 de febrero de 1918 a sus 55 años- Gustav Klimt es uno de los artistas más admirados. Y esto no se refiere a la “monetización” (aunque por el Retrato de Adele Bloch un magnate pagara US$ 135 millones hace una década, siendo el récord de su tiempo). La cuestión pasa por la emoción y la belleza que inspiran esas obras. Entonces ¿quién no se conmueve ante aquel mismo Retrato, cuadro exclusivo de una galería noeyorquina, o “El Beso”, una de las joyas del Palacio Belvedere, en la Viena natal de Klimt?. Y por “El friso de Beethoven” en el edificio de la Secesión. Allí donde te reciben con el lema que rigió la vida de Klimt: “A cada tiempo su arte. A cada arte su libertad”.
Habla por sus obras
Curiosamente, o no tanto, muy poco de Klimt fue rescatado por el cine. La saga del Retrato de Adele Bloch –desde el saqueo nazi hasta la lucha por recuperar la obra- fue protagonizada por Hellen Mirren en “La dama de oro”. También John Malkovich interpretó la vida del pintor, el mismo que fuera protagonista de la Viena del esplendor cultural de principios del siglo pasado. Klimt, a su vez, dejó muy poco escrito sobre sí mismo: “Soy un pintor que pinta día a tras día desde la mañana hasta la noche. Quien quiera saber algo de mí debe observar atentamente mis cuadros y tratar de ver en ellos que soy soy y lo que quiero hacer”. Otros describirán entonces su personalidad, sus romances y su leyenda. También, su audacia para desafiar a los convencionalistas y para desplegar una sensualidad que los nazis más adelante calificarían como “degenerada”. Klimt los venció a todos.
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